Una mañana cualquiera
Me levanto y me duele todo el cuerpo como si hubiese estado corriendo una puñetra maratón por la noche. Mi marido no ha parado de roncar y de dar respingos en la cama, y tras cada uno de ellos he sufrido un microinfarto. ¡La madre que lo parió! Sólo hago pensar en que entro a las 17:30 a trabajar, lo que significa que tengo que salir de casa a eso de las 16:45 como mucho, y ya no voy a llegar hasta la una de la madrugada. Modo depresivo activado... Cuento las horas libres de las que dispongo y haciendo repaso de las cosas que tengo que hacer, pues se quedan en una basura. El pelo se me empieza a caer a mechones y sólo me apetece tirarme en el sofá a comer chocolate. Después de un ratito de mimos en la cama con el peque y el pateador nocturno de mi marido, nos hemos puesto a desayunar viendo los dibujos que le gustan al enano, es decir, los más estridentes de todo Netflix. Llama mi madre, que más que hablar conmigo habla con mi padre a gritos que está en otro cuarto. Durante ...