Una mañana cualquiera

Me levanto y me duele todo el cuerpo como si hubiese estado corriendo una puñetra maratón por la noche. Mi marido no ha parado de roncar y de dar respingos en la cama, y tras cada uno de ellos he sufrido un microinfarto. ¡La madre que lo parió!

Sólo hago pensar en que entro a las 17:30 a trabajar, lo que significa que tengo que salir de casa a eso de las 16:45 como mucho, y ya no voy a llegar hasta la una de la madrugada. Modo depresivo activado...

Cuento las horas libres de las que dispongo y haciendo repaso de las cosas que tengo que hacer, pues se quedan en una basura. El pelo se me empieza a caer a mechones y sólo me apetece tirarme en el sofá a comer chocolate.

Después de un ratito de mimos en la cama  con el peque y el pateador nocturno de mi marido, nos hemos puesto a desayunar viendo los dibujos que le gustan al enano, es decir, los más  estridentes de todo Netflix. Llama mi madre, que más que hablar conmigo habla con mi padre a gritos que está en otro cuarto. Durante la llamada mi hijo insistente en que mire la tele " mamá mira, mamá mira, mamaaaaaaa te lo estas perdiendooooo". El perro se tumba a mis pies, justo delante del ventilador, se pee, y yo me siento morir. Qué cabrón, está podrío. Mi marido hablándome de que tiene que salir a no se dónde y yo asintiendo de manera automática porque mis neuronas han decidido ahorcarse las unas a las otras y ya no me queda capacidad de atención.

Lo justo de dar un vapuleo rápido a la casa y planear comida y cena. Miro el reloj y me quedan diez minutos para vestir al niño y prepararme para llevarlo al cole tres horitas. Vivan los turnos escolares y la conciliación familiar 👏

Salimos de casa y como vivimos frente a un instituto pues hay que ir sorteando a los millenials que van en grupo con sus mascarillas de diseño tapando papadas porque en la boquita, ¿para qué, verdad niñatos? 

A paso ligero, el sol de frente que me rio yo del calendario de las estaciones, la mascarilla, las gafas de sol empañadas, los pelitos pegados en la frente porque a sólo unos metros de casa ya estoy sudando cual gorrino. El niño tirando de mi porque hay que ir pisando las losas rojas que nos dan poderes, las blancas nos las quitan...

Cuando estoy de regreso en casa me sobra hasta la piel, no basta con quedarme en bragas. 

Total, que ya me he hecho el segundo café del día y me he puesto a escribir porque tenía la sensación de que iba a reventar pero no sabía por cuál costado hacerlo. 

Sigo pensando en el chocolate y el sofa así que me voy a poner a hacer algo productivo antes de que la flojera pueda conmigo que me quedan dos horas para volver a por el niño.

Un besazo mamis en apuros 😘

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